Situado en una pequeña colina, lo primero que divisas, es su torre y muralla que alguien en su día se le ocurrió hacer allí. Sus calles estrechas pero transitables con un coche, te van llevando por muchos rincones. El empedrado embellece cada metro del recorrido, pues es como si volvieras a algo que has conocido en tu largo caminar.
Recorrimos sus calles, observamos el transcurrir del río Güadiana que hace que el pueblo sea más enternecedor, su vegetación a las orillas del río y una atmósfera limpia y clara.
Hay un restaurante en este sitio, que está lleno de encanto, su terraza al aire libre, desde donde puedes ver las guas del río, el interior es acogedor, cálidas salas decoradas con libros muy viejos y creaciones de arte, realizadas por el propietario.
Tuve la oportunidad de conocer al hermano del dueño, en arqueólogo, al que le encanta responder a cada pregunta que de interés sobre el pueblo le haces.
Resumiendo pueblo para quedarse a vivir si no fuera la lejanía de cualquier parte. sean buenos
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